MARIA CALLAS: DEL MITO A LA PERSONA, O POR QUé NOS SIGUE FASCINADO TANTO MáS DE 100 AñOS DESPUéS DE SU LLEGADA AL MUNDO

A los turistas que habían decidido visitar el Epidauro aquel aquel día de verano de 1959 les tocó la lotería, Maria Callas (Nueva York, 1923-París, 1977), la soprano más famosa del mundo, había tenido la misma idea que ellos, y tan pletórica se encontraba que, allí mismo, atacó el aria Colsorriso d’innocenza de la ópera de Bellini Il Pirata, como poniendo a prueba la legendaria acústica del teatro milenario. Fue el arrebato de una mujer embargada por la dicha: de crucero por la costa griega junto a su marido, el estadista Winston Churchill, el magnate Aristóteles Onassis y las esposas de ambos, su carrera profesional se encontraba en su cima y estaba viviendo la fase inicial —no hay que explicar lo que es eso— del enamoramiento con el armador griego, un romance aún secreto que ya no había quien parase. Col sorriso d’innocenza / Collo sguardo dell’amore (“con la sonrisa de inocencia / con la mirada del amor”), hacía cantar Bellini al personaje de Imogene, casada con un hombre al que no ama y loca de amor por otro. El arte y la vida se mezclaban hasta volverse una misma cosa, etcétera. Al fin y al cabo, esa fue la historia misma de Maria Callas.

Cumplidos hace unos meses, el pasado 2 de diciembre, el aniversario del nacimiento de la diva, llega el aluvión conmemorativo, que ha incluído exposiciones (como la excelente Maria Callas: Portraits from the Intesa Sanpaolo Publifoto Archive, en Milán); el libro Maria by Callas 100th Anniversary Edition, una lujosísima edición a cargo de Assouline donde Tom Volf (autor del reciente documental Maria by Callas) reúne numerosas imágenes y testimonios; y la película Maria, de Pablo Larraín, protagonizada por Angelina Jolie. Esta decisión de casting, que se presenta en el Festival de Venecia, ha alzado unas cuantas cejas y, sin embargo, no resulta tan improbable.

Conviene aquí desmontar uno de los muchos malentendidos que existen sobre Callas: pese a la insistencia con la que el cine la ha retratado hablando con una colorida amalgama de dejes mediterráneos —desde Fanny Ardant en Callas Forever hasta Paz Vega en Grace of Monaco—, en realidad era norteamericana y tenía un acento neoyorquino que con el tiempo fue mutando hacia el llamado Mid-Atlantic, un artificio mitad americano, mitad británico, habitual en las clases altas y las grandes damas del espectáculo estadounidenses. En las entrevistas televisivas que se conservan, se expresaba con una precisión y una serenidad regias, registro que no perdía ni siquiera cuando los periodistas se adentraban en terrenos impúdicos o escabrosos.

Algo ocurre con Maria Callas, algo típico de los actores y actrices que interpretan sus personajes de una forma tan verosímil y distintiva que acaban confundiéndose con ellos. La víctima enloquecida por amor, la furiosa vengativa, la fatal seductora, la mártir sacrificada en el altar de su arte o por la perfidia de los hombres. Por muy creíbles que fueran todas estas encarnaciones, Callas no era ni Medea ni Mimì, ni Norma ni Violetta, ni Tosca ni mucho menos Carmen (que, por cierto, nunca interpretó en escena). Pero su principal logro fue elevar todos esos rancios arquetipos misóginos hasta transformarlos en algo sublime y lleno de verdad. Si a la fuerza hay que quedarse con un cliché, el que más aplica al caso es el del patito feo. De niña y adolescente, primero en Nueva York (donde nació en 1923, hija de inmigrantes griegos de clase media, y vivió hasta los 13 años) y después en Atenas (donde pasó los ocho años siguientes) era demasiado alta para los cánones del momento, miope, con acné precoz y tendencia al sobrepeso, y al principio fue rechazada en el Conservatorio de Atenas, donde su madre, Litsa, se empeñaba en inscribirla. Litsa —con quien siempre mantuvo una pésima relación— la comparaba desfavorablemente con su hermana mayor, Yakinthi (“Jackie”). Las dos hermanas demostraron aptitudes musicales, pero fue Maria la que llamó la atención de Elvira de Hidalgo, soprano española retirada de la escena que daba clases en el conservatorio de la capital griega y que quedó fascinada por los ojos y la boca enormes de la adolescente. “Me dije: ‘Ça, c’est quelqu’un! (esta es especial)”, declararía cuando Callas ya era una celebridad.

Las grabaciones que se conservan de la voz de Callas reflejan una calidad irregular y en vida tuvo casi tantos detractores como admiradores. Pero, cuando irrumpía en escena, el público se quedaba electrizado por lo que tenía delante, y eso es algo que ninguna grabación podría registrar. Su canto no era perfecto —para eso estaba Renata Tebaldi, con la que se empeñaban en contraponerla—, sino algo mucho mejor: la combinación de una voz poco canónica, modelada por una técnica asombrosa, y una aptitud dramática que suscitó comparaciones con actrices como Sarah Bernhardt y Anna Magnani. Con esas armas, Callas cambió las reglas del juego. Cuando ella apareció, la ópera verista estaba en su mejor momento, mientras que el bel canto no gozaba de buena prensa, percibido como una excusa para que algunas cantantes ejecutaran sus gorgoritos circenses. La assoluta Callas demostró que podían reunirse las figuras de la soprano dramática, más prestigiosa, y la de coloratura, y volvió a generar aprecio hacia un repertorio belcantista —Donizetti, Bellini— hasta entonces de capa caída.

Llegar hasta ahí no fue fácil: fue a base de una autoexigencia desmesurada, como han atestiguado De Hidalgo y casi todos los que se cruzaron en su carrera profesional. Esto rebate una fama de tempestuosa y antojadiza, acrecentada por alguna sonada cancelación, como la de su Norma de Roma en 1958 que en realidad fue fruto de una infección de garganta. Igualmente, la cuestión de su carácter apasionado en el plano erótico-amoroso habría que ponerla como mínimo en cuarentena. Vivió una década larga con su marido 30 años mayor, Battista Meneghini, empresario que contribuyó a su lanzamiento definitivo cuando ella aún era una joven aspirante que no lograba imponer su figura, y viajó a Verona para su debut italiano con una triunfante Gioconda. Parece también que se enamoró sin ser correspondida del director Luchino Visconti, evidentemente homosexual, que trabajó con ella en varios montajes, entre ellos una Traviata memorable, y que la animó a tomar medidas con respecto a su físico. Sobre tales medidas también se ha especulado mucho —se habló de una tenia ingerida voluntariamente—. En todo caso el resultado fue que Callas se acercó al ideal de esbeltez que se había planteado (que tenía las hechuras de Audrey Hepburn) y comenzó a vestirse, maquillarse y peinarse exquisitamente.

Por lo que respecta a su relación con Aristóteles Onassis —la parte más difundida de su biografía—, de nuevo está primero la leyenda y luego la realidad. Según la primera, vivieron un apasionado romance —algunos biógrafos dicen que incluso habría generado un hijo de corta vida— que terminó abruptamente cuando él la abandonó para casarse con Jackie Kennedy y ella trató de suicidarse con una sobredosis de somníferos. En realidad, Onassis primero se resistió a divorciarse de su primera esposa, la bella y elegante Tina Livanos; después, ya le fue infiel a Callas al menos con Lee Radziwill, la hermana de Jackie; y la relación entre el armador y la diva continuó, furtiva y por rachas, bastante tiempo tras la boda de él con Jackie. El supuesto intento de suicidio seguramente fue más bien un accidente, y casi con seguridad el único embarazo de Maria en aquel tiempo fue interrumpido en un quirófano, contra su deseo y ante la insistencia de Aristo, que no quería más descendencia que los dos hijos que había tenido con Tina.

Ciertamente falleció sola, con 53 años, en su casa de París, alejada de su familia. La sobrevivieron su madre, que la criticó con dureza en un libro, y su hermana Jackie, con la que tenía una relación algo más cordial. Pero hasta entonces, más que una víctima al estilo de Madama Butterfly, había sido una superviviente: de una infancia dura y sin cariño materno, de una adolescencia marcada por la carestía de la Segunda Guerra Mundial en Atenas, de las traiciones de su marido, su amante y su madre, y la exigencia inflexible de un público que no siempre estuvo de su parte. Pero sobre todo se convirtió en una de las raras figuras de la alta cultura que además obtuvieron el estatus de icono pop. Como Nuréyev, Dalí o Truman Capote, y quizá de forma más perdurable que ellos. Ese fue el triunfo final de la Callas.

2024-08-29T06:24:24Z dg43tfdfdgfd